lunes, 28 de julio de 2008

Unos versos


Poema L


Mi vida es lo que aún no he olvidado


Poema LI


Morir en el silencio de otros
Es morir más


Poema LXXXVII


Reitero.
Sólo soy un extranjero que cuelga del silencio su sombrero
porque no ha encontrado patria, voz propia ni hostal humilde donde rumiar su destierro.
Soy poeta desde el asombro y un rumor de espumas.


Poemas extraídos de Penumbras sobre un mar de espumas, Griñón 2003-2004

jueves, 24 de julio de 2008

El personaje real

Un personaje deviene real cuando no es definido con los adjetivos que le añade al escritor al nombre sino cuando el propio personaje actúa y sus hechos le califican. Lo realmente difícil es encontrar esa acción tan definitoria, esa ejecución que le muestra tal cual es sin avisar al lector que le están describiendo a un personaje. Es responsablidad del personaje definirse con sus actos pero no es sino el talento del escritor el que permite seleccionar la acción definitoria. No es tarea fácil en la ficción. A la realidad le cuesta mucho menos, le sale natural y de tan natural el impacto logrado es demoledor.
Qué escritor no habría deseado crear personajes como Adolfo Suárez o el Rey de España. Adolfo Suárez, un hombre que forma parte de la Historia con mayúsculas, un hombre condenado a olvidar en vida su papel en esa Historia. Junto con el Rey don Juan Carlos I, el personaje más destacado de la transición y quizá de la Democracia española. Sin embargo, la cruel enfermedad del Alzeimer hiere su memoria y en un encuentro organizado para condecorarle, para responderle con respeto, admiración y gratitud por su contribución al bien de todos, Adolfo, el hombre, se encuentra ante su Rey y no le reconoce. El Rey le echa una mano por encima del hombro y se lo lleva a dar un paseo por los jardines de Palacio, lejos de los ojos de los demás. Un Rey, tranformado en hombre, entrega su cariño al estadista que olvida su participación estelar en la Historia.
Como todo escritor que se precie, este que les escribe siente celos de la realidad. Como hombre no puede dejar de impresionarse por como la realidad, con sus emociones, tiñe de colores su propio vestido.

viernes, 18 de julio de 2008

Narrar o enumerar

No todo lo que escribimos ha de contar una historia. A veces, es suficiente con enumerar algo para mostrarlo y que por sí solo tenga verdadero valor literario. Se trata de hacer que el lector vea algo que a diario tiene ante sí pero en lo que no había reparado. El escritor le hace ver lo mismo pero con otros ojos. Es algo que intento cada vez que escribo.
Os muestro un ejemplo.
"Tejados"
Inclinados, más inclinados, de uralita, de teja, a dos aguas, con canalón, sin él.
Con claraboya, con chimenea, con varias chimeneas, con salida de gases.
Con entrada de cacos, sin ella, con gorriones muertos, con hormigas, con antenistas.
Bien rematados, sin rematar, con goteras, con suicidas, con banderas.
Con palomar, con porquerías, con pelotas de goma, con botas, con pinzas de la ropa.
Altos, bajos, más bajos, con nieve, con escarcha, con lluvia, secos.
Con vértigo, con ala delta, con escala, con escalera, con tendedero.
Con horizonte, con mirador, con lejanos paisajes recortados, con escorzos.
Con cielos como techo, con nubes, con aviones, con planetas sobre ellos.
Con gatos negros, con la luna llena.
De paja, de brezo, de bambú, de pizarra.
Izado con grúa, trabajado con las manos, resbaladizo, peligroso, emocionante.
Junto a otros, aislado, volado por el huracán, derruido.
Chino, filipino, suizo, alemán, castizo, castellano, mandarín, tropical, alpino, floreado, sobrio.
Para sentarse y mirar desde lo alto, para huir de la Policía, para entrar en el dormitorio prohibido, para coger un nido, para esconder un tesoro, para sentirse solo, para estar más cerca de Dios, para salvar la vida durante la inundación, para el autismo, para el sonámbulo, para esconderse del padre degenerado, para que arañen las ramas del árbol, para que aterricen ovnis, para que se lea el S.O.S., para que los destruyan los bombardeos, para mojarse, para aguantar la veleta, para que haya techo, para plantarle cara al viento.

Tejados... qué poco reparamos en ellos.


viernes, 11 de julio de 2008

¿Cuántas páginas habremos escrito en la habitación de un hotel?

Ningún escritor que se precie ha dejado de hacerlo cada vez que ha pernoctado en un hotel. Sentado frente al espejo, porque siempre hay un espejo, y consigo mismo como testigo mudo (a veces no tanto) del acto de escribir, ha dejado la mente libre para que el espacio desconcido y, sin embargo, siempre reconocido, de la habitación aséptica le dicte palabra tras palabra.

E aquí un ejemplo, no sé si bueno o malo. Para muestra, un botón... dicen.

La habitación del hotel y otras divagaciones
Hojas de árbol (no sé cuál) retorcidas con elegancia en la pared. El mismo azul y ocre de todos los hoteles de cuatro estrellas. Las mismas lámparas doradas de diseño suficientemente correcto y tulipa de tela.
Siempre se oye circular el mismo coche, una y otra vez, en éste y en todos los países. La misma voz y el mismo gesto que llama al mismo taxi.
La televisión es igual y también lo son los cables que la alimentan y los programas que vomita. La ducha de la habitación de al lado salpica las gotas que salpica la mía y el ascensor sube y baja incansable reflejándose en un infinito de espejos.
Miro mis cosas repartidas por este espacio prestado reclamando una posesión destinada al olvido en un grito gestual que afirma mi presencia en el mundo, en este mundo y en todos los mundos.
Ahora, roto el silencio por el susurrar de la pluma, escucho mis pensamientos certeros y filosofías de la vida viajera. Acaricio mi barba y me miro a los ojos en el espejo. Me pregunto qué veo. Se me ocurren mil respuestas y no se me ocurre ninguna. En cambio, sigo dibujando hermosos trazos sobre una línea azul, pero los trazos ya estaban ahí y yo no escribo nada nuevo, sólo borro letras blancas.
Papeles, plumas, un periódico, la cartera y el mando a distancia de la televisión, interruptores mil veces conmutables en todas las paredes. Si encendiera todas las luces, sería de día aquí dentro. Prefiero sólo una luz cerca y otra allí, en el rincón, junto a la mesita donde dejé el libro por terminar, que me espera Remedios, la Bella, y no hay que hacer esperar a nadie, y menos, cien años.
Paro un instante, estiro mis huesos y mi espíritu, se ahoga medio bostezo y me coloco las gafas. Y he aquí que, en este preciso momento, quién lo hubiese pensado, me acuerdo de Eufemiano, el fabricante de ladrillos, que estaba obsesionado por el número de sus agujeros y la perfección de sus circunferencias. Sonrío.
No podía ser de otro modo. Cómo olvidar a alguien que encuentra círculos donde sólo hay rectas y que dibuja sus redondeces con los dedos y los repasa con el movimiento perseguidor de sus ojos entornados en un trazado calculador. Tanto se obsesionó y con tanta precisión trazó sus círculos que dejó de vender ladrillos. Vendió agujeros muy bellos rodeados de arcillas y otras solideces. Tanto, tanto se obsesionó que le martirizó una palabra sin más aviesas intenciones que las que seis letras pudiesen tener, ya sean escritas o pronunciadas. El caso es que la palabra en cuestión acabó atrozmente con su vida en medio de fiebres y desvaríos, de pesadillas y horribles amenazas. La palabra era “macizo”.
El espejo me devuelve con su particular generosidad la sonrisa que le ofrezco. Debe de haber sido cosa del papel pintado lo que me ha traído a la memoria el infortunio del, en ningún modo afamado, Eufemiano. O quizás, ha sido el metro y medio de nieve petrificada del otro lado de la ventana.
Ahora, no tengo nada de frío. La temperatura es óptima. Podría averiguarla sin mucha molestia a través del termostato blanco que veo en la pared de la derecha, junto al marco de la puerta y a medio metro de la cuadra dibujada que guarda un caballo dibujado y enmarcado en asépticos ángulos rectos de madera. De momento, no me molestaré. Tampoco es tanta la curiosidad. Quizá, más tarde, si antes no pasa al olvido.
Y escribiendo de olvidar. Al que no consigo enviar al olvido y cuya relación mental que me ha llevado a recordar desconozco, es a Sansegundo, de nombre Isaías, que de santo no tenía más que la coincidencia de un san y que tampoco era segundo, que bastante con que llegara, aunque fuera el último.
¿Cómo habré llegado a recordar a Isaías Sansegundo? Bueno, es lo mismo, como lo mismo es el papel pintado, el marco del espejo o el cartel de no molesten.
Isaías era peleón, vaya que sí. Sólo que equivocaba los golpes y no sabía fintar. Y, claro, se las llevaba todas. Se lavaba poco, eso también y las chicas no sólo le huían, sino que le demostraban abiertamente y sin disimulo alguno su aversión visceral.
Sansegundo optó por la práctica estrategia de la línea gorda y punto gordo utilizada en los exámenes de gráficas estadísticas para disimular los decimales traicioneros, de encerrarse en el dormitorio de otra Remedios, ya quisiera ella el apodo de la Bella, una noche de aquelarre lúdico exclusivamente femenino adolescente, después de colarse cual ladrón por un balcón descuidado y, una vez rociada la habitación y las asustadas muchachas con gasóleo, proceder a destruir y agotar todos los fósforos sin provocar, sin duda, por los nervios, ninguna chispa.
¡Caray con Sansegundo! Y que de haber podido, se habría frito con aquellas pobres inocentes que soñaban con varón.
La noche se adentra con lentitud. El coche de siempre va espaciando sus pasadas por el cruce y su hueco sonoro lo llenan ecos nocturnos. Agudizo el oído pero no escucho el ulular de ningún búho.
La carta del menú de habitaciones parece que quiere sugerirme algo. No, nada. No era más que mi imaginación. Un juego tonto.

Sofía (Bulgaria), enero de 2002.

domingo, 6 de julio de 2008

Una duda...


...difícil de resolver:


VI.

¿El espejo
guarda en su memoria
los reflejos?


Extraido de "Conversaciones con Octavio (Paz)", abril de 2003.


jueves, 3 de julio de 2008

El propósito

Es propósito de este blog que las obras que se esconden entre el polvo de lo olvidado recobren el gesto de arrugar los ojos al ver la luz. Me niego a que palabras escritas hace tanto tiempo perezcan repudiadas en un cruel olvido cuando en su día significaron tanto. Es por ello que en deuda con esas palabras, he decidido imprimirlas y lanzarlas al abismo de la red, perder de vista su caída por el vacío y esperar que con la fortuna de cara acaben siendo leídas por aquellos que las encuentren.

Intentaré no rectificar nada, salvo que el pudor me obligue a lo contrario. Empezaré por un pequeño relato, apenas media página, escrito a la edad de 17 años, es decir, hace 25. Quiero empezar por él porque a él le debo mucho. Creo que, a pesar de su edad, de sus evidentes faltas, ya mostraba algo de lo que después fue. En su honor va el ser el inicio:




EL ASESINO

Comenzaba a comprender y, aunque sus ojos podían delatarle, prefirió guardar silencio. La noche llegaba y con ella, la tormenta. El camino, apenas marcado, se escondía entre los árboles. La presencia del silencio aclaraba su memoria.
-¡El agua está contaminada! ¡No bebáis! ¡Está contaminada!
El poder y la gloria dejaron de formar parte de sus sueños. El éxito de los vencedores, la cólera de los más fuertes.
-¡El agua está contaminada!
Él pudo evitarlo. Era consciente de haber podido evitarlo. Lo que no entendía era cómo aguantó viéndoles beber, serio, con la mirada tensa y fija. Eran personas a las que quería.
Lentamente, fue introduciéndose en aquel agua, mirando su cuerpos, hermosos cuerpos de muerte. Los acariciaba tras el velo del psicópata, tras la bestialidad del asesino.
Comenzaba a comprender y, aunque sus ojos podían delatarle (en recónditos pensamientos), prefirió guardar silencio. La noche llegaba s su pensamiento y, con ella, la tormenta.
-¡El agua está contaminada!
No significaba nada para él. Han desaparecido las distancias. Le llevan los gritos y la agonía.
El camino de su vida, apenas marcado, se ha ensuciado de sangre sin derramar. Se escondía entre los árboles como un pasajero extraño, como un misterio, como un monstruo, como el desprecio.
-¡El agua está contaminada! – se grita en silencio el asesino, el criminal. Y ríe. Y llora. Y mal anda su sendero a lo oscuro de un ser humano derruido.




Bienvenidos

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