lunes, 29 de junio de 2009

Voz de poeta

XII.

Cierro la ventana
y queda el viento fuera
y el vaivén de la lavanda.

Cierro la ventana
y queda mi cuerpo dentro
y con él sus mil hazañas.

Cierro la ventana
y queda el olivo fuera
y la sorpresa de su grana.

Cierro la ventana
y queda mi sueño dentro,
lo mismo hoy que mañana.

Lo siento, es más que promesa,
quede dentro o quede fuera
mi voz es, ya, voz de poeta.
De Penumbras sobre un mar de espumas, por Juan Enrique Soto

martes, 23 de junio de 2009

Anclas en tierra seca

El mar se ha secado. Los barcos están despanzurrados por todas partes. Los cofres de los antiguos galeones y barcos piratas han sido saqueados en menos de un día. Los peces boquearon más o menos. ¡Qué bonito es el coral! ¡Cuántos colores! Los ríos no saben qué hacer en los deltas. ¡Vamos a morir todos! Ya no hay primera línea de playa. Podemos ir en coche a cualquier parte. Sólo se podrá pescar en los ríos, lagos y balsas. Subirá el precio de la sal. Ya no se podrá gritar ¡tierra! Toda la marinería sin trabajo. Los lobos de mar lo serán sólo en los libros. ¡Cuánta tierra por explorar! Ya no son necesarias las velas ni los remos, ni los timoneles. Los polizones tendrán que coger el tren. ¡Vamos a morir todos! No se podrá decir: el azul del mar. No habrá maremotos. Será fácil encontrar conchas. Nadie morirá en naufragios. ¿Dónde se reflejará la luna? ¡Vaya! ¡Se me olvidó contar las olas!
No, no me gusta que se haya secado el mar. Moriremos todos. Lentamente. No pienso esperar en lo que fue la orilla. ¡Niño! ¡Acércame ese ancla! Que me lo voy a atar al cuello. Que me voy a sentar en lo más hondo, más hondo de este seco puerto.

miércoles, 17 de junio de 2009

En el callejón

Estaba sentado en el bordillo, el único del estrecho callejón, frente a un gato, sentado como él, que le miraba. El sombrero le caía sobre los ojos y las manos se anudaban en la nuca, mientras se miraba, sin ver, los zapatos negros.
Se encontraba cansado, hastiado, de huir, de esconderse, y también de los callejones oscuros, de las sucias habitaciones de motel, hostal o burdel. No le quedaban amigos a los que confiarse, cualquiera era capaz de venderle por un puñado de billetes o por miedo.
Sí, les había delatado. No estaba mal el puñado de billetes que a él le ofrecieron. Para tentar a cualquiera. Pero a él le engañaron. Resultaba más barato dejarle, sin pagar, por supuesto. Ya se ocuparían ellos, los otros, de cobrarse.
Ahora le buscaban. Y la ciudad había encogido, tanto que no cabían ni los guardias que pudieran protegerle. Era sólo cuestión de tiempo. Ellos, los otros, lo tienen todo, el tiempo, y buena memoria, no olvidan así como así.
Y se encontraba cansado, hastiado, tanto que ya su vida valía sólo unos cuartos, pocos. Eso lo sabía el gato que, como gato que era, en cuanto vio las luces, dos, acercarse por el otro lado, corrió a esconderse.
Sonaron rápido, como uno solo, pero fueron dos. Dos disparos. El gato fue, de nuevo, el único dueño del callejón después de que se hubo rascado el lomo en el cuerpo ensangrentado, junto al sombrero, caído de lado, del delator.

miércoles, 10 de junio de 2009

Un armario lleno de zapatos viejos


El armario es de madera vieja, innoble, astillada y marcada por cicatrices, golpes y bocados. Su cojera desapareció por la terapia de un papel doblado varias veces, un papel de color indescriptible, mordido por el tiempo, página de un diario de 1973, sección de anuncios particulares, mensajes llenos de intenciones que acaban siendo ideales para envolver pescadillas destripadas.
Una de las puertas del armario, la izquierda, muestra un marco inútil, que en sus días de mayor gloria encajó un espejo largo que devolvía cumplidos o insultos, según el ánimo del modelo. ¡Allá cada uno con sus complejos! Ahora no hay espejo, no hay mundo paralelo lleno de dimensiones ficticias, profundidades ilusorias, inversión de realidades cuestionadas.
No hay cerradura, pero la hubo. Queda el agujero impertinente, invitación para los curiosos, tentación demasiado fuerte para mirones compulsivos, aunque lo triste es ser mirón de interior de armarios. El premio es siempre oscuro, negrura. Mejor abrir las puertas y curiosear entre los efectos, pero esto no es para mirones, sino para malintencionados y ladrones.
Dentro sólo hay zapatos. Viejos. De señora y caballero. Todos usados.
Los de hombre tienen las suelas dobladas hacia arriba, prácticamente sin punteras y los tacones redondeados, gastados de modo irregular, el pie izquierdo más que el derecho, anuncio de dolores de espalda, de rechinar de somieres, de balanceos peculiares como señas de identidad. Los empeines muestran arrugas ingobernables, despellejadas, dolorosas, como cicatrices. Las punteras están todas desconchadas como paredes olvidadas de edificios abandonados, como un hotel histórico arruinado por una voraz crisis turística. Punteras deterioradas por patadas involuntarias a bordillos, muebles, irregularidades del camino. Las voluntarias a las espinillas no dejaron marca.
Todos los zapatos de caballero son negros y todos de cordones. El negro apenas lo conservan. Brillo, por supuesto, ninguno. Son mates, sí, matados por la luz y por el tiempo, por la luz del tiempo, que es como una lija del siete con infinitos recambios. Los cordones son otra historia. Algunos cuelgan enteros, los menos. Otros están rotos, deshilachados. Otros anudados en nudos imposibles de deshacer, verdaderos desafíos para la habilidad. Lo mejor en estos casos es el método de la tijera. Muchos de los zapatos están tuertos, múltiplemente tuertos. Y hay cordones sueltos, como gusanos muertos, junto a zapatos que podían haber sido sus portadores. O no serlo. Permanece algún lazo sin destruir, elegante pero venido a menos, flácido, como un mal negocio, una venta encargada y no cobrada.
Si todos los zapatos de caballero del armario son negros, los de señora abarcan toda la gama de colores. Estilos los propios de la actividad que fue su origen. De paseo, de baile, de fiesta, de estar por casa, de celos, de compras, de actos despechados. Los hay cerrados, abiertos y semiabiertos. De tacón alto, sin tacón. Sandalias, merceditas, mocasines. Sobrios, elegantes, sensuales. Feos, bonitos y de salir del paso. De piel, imitación, de firma, de diseño, sin diseñar. Son zapatos para mil ocasiones. Son zapatos para mil mujeres. Los zapatos para mil indecisiones.
Están amontonados, desparejados. Con lazos, con hebillas, abiertas, cerradas y ausentes. Unos más gastados que otros. Cómodos muy usados, confortables como un mullido cojín. Insoportables como un castigo de latigazos. Repudiados por asociación con nefastas memorias. De diario o de aniversario. Son zapatos para mil personalidades. Son zapatos para mil estados de ánimo.
El armario de los zapatos viejos cierra mal. Las puertas están descuadradas y se quejan las bisagras despintadas con el óxido. Contiene un millón y medio de pasos dados por ejemplar. O alguno más. O menos. Pasos mal encerrados en un armario viejo. Memoria arrinconada pero dejando una rendija por la que puede entrar cierto deseo de recuerdo.
El armario de los zapatos viejos que no volverán a andar. Está que se cae y si lo hace, los zapatos volverán al suelo, aunque sin pie dentro. Han pasado, pisado, por tantos lugares. Difícil rememorar tantos caminos. Tantos caminos como se recorren en una vida. En dos vidas. Para al final no llegar a ningún sitio. A un armario. Viejo. Degradado. Olvidado. Desvencijado.
En realidad, son sólo zapatos viejos. ¡Qué más da!

sábado, 6 de junio de 2009

Amazon, Lulú y No desvío la mirada

El recopilatorio de los artículos de opinión publicados por Juan Enrique Soto en los diarios La Opinión de Málaga y en el Diario de Las Palmas sigue avanzando en el mercado literario.

Las páginas de venta de libros por Internet http://www.amazon.com/ y http://www.lulu.com/ han seleccionado la obra No desvío la mirada para participar en un estudio que busca expandir los mercados de venta por todo el mundo. El motivo ha sido la gran acogida que el texto ha recibido desde que fue publicado a través de sus ventas, de los comentarios en los blogs especializados y de los correos electrónicos. Para realizar el estudio de mercado y promocionar al autor y sus libros, por parte de las páginas Web señaladas se han rebajado los márgenes de beneficios para todas las partes implicadas y el resultado es un interesante precio final.

miércoles, 3 de junio de 2009

Pasajero distinguido

Es noticia en España saber que año tras años somos el país del mundo en el que más donaciones de órganos se producen. Se salvan al año 4000 vidas gracias a esas donaciones. El siguiente texto fue escrito en 1998 y hoy sigue siendo actualidad.

Fue publicado el día 23 de enero de ese año en el Diario de Las Palmas y recogido junto a los demás publicados en ese Diario y en La Opinicón de Málaga en la antología titulada "No desvío la mirada", disponible en http://www.amazon.com/, en http://www.bubok.com/ y en http://www.lulu.com/

Pasajero distinguido

El pasado jueves cogía un avión con destino a Madrid. Ya en la pasarela por la que se accede al aparato, los pasajeros formábamos una cola, cuando uno de ellos nos rebasó sin contemplaciones, sin respetar la fila ni el orden, ni tan siquiera pidiendo excusas.
Era un pasajero muy distinguido. Un fabuloso pasajero. No pagó billete, eso para empezar, y tampoco nadie se lo habría exigido. Además, no ocupaba asiento, ni de fumador (gracias e eso estaba aquí), ni de no fumador. Le daba igual si ventanilla o pasillo. No pediría vino tinto ni refresco para comer.
El pasajero distinguido no dijo ni pío en todo el viaje. Sin embargo, fue el más mimado sin duda de todos nosotros.
Cuando llegamos a Madrid, le estaban esperando impacientes y emocionados. Unos con los brazos abiertos y uno, sólo uno, esperaba con el pecho abierto, porque el pasajero distinguido viajaba en una nevera precintada. Se trataba de un corazón y su tarjeta de embarque era la promesa de la vida.