Intentaré no rectificar nada, salvo que el pudor me obligue a lo contrario. Empezaré por un pequeño relato, apenas media página, escrito a la edad de 17 años, es decir, hace 25. Quiero empezar por él porque a él le debo mucho. Creo que, a pesar de su edad, de sus evidentes faltas, ya mostraba algo de lo que después fue. En su honor va el ser el inicio:
EL ASESINO
Comenzaba a comprender y, aunque sus ojos podían delatarle, prefirió guardar silencio. La noche llegaba y con ella, la tormenta. El camino, apenas marcado, se escondía entre los árboles. La presencia del silencio aclaraba su memoria.
-¡El agua está contaminada! ¡No bebáis! ¡Está contaminada!
El poder y la gloria dejaron de formar parte de sus sueños. El éxito de los vencedores, la cólera de los más fuertes.
-¡El agua está contaminada!
Él pudo evitarlo. Era consciente de haber podido evitarlo. Lo que no entendía era cómo aguantó viéndoles beber, serio, con la mirada tensa y fija. Eran personas a las que quería.
Lentamente, fue introduciéndose en aquel agua, mirando su cuerpos, hermosos cuerpos de muerte. Los acariciaba tras el velo del psicópata, tras la bestialidad del asesino.
Comenzaba a comprender y, aunque sus ojos podían delatarle (en recónditos pensamientos), prefirió guardar silencio. La noche llegaba s su pensamiento y, con ella, la tormenta.
-¡El agua está contaminada!
No significaba nada para él. Han desaparecido las distancias. Le llevan los gritos y la agonía.
El camino de su vida, apenas marcado, se ha ensuciado de sangre sin derramar. Se escondía entre los árboles como un pasajero extraño, como un misterio, como un monstruo, como el desprecio.
-¡El agua está contaminada! – se grita en silencio el asesino, el criminal. Y ríe. Y llora. Y mal anda su sendero a lo oscuro de un ser humano derruido.
Comenzaba a comprender y, aunque sus ojos podían delatarle, prefirió guardar silencio. La noche llegaba y con ella, la tormenta. El camino, apenas marcado, se escondía entre los árboles. La presencia del silencio aclaraba su memoria.
-¡El agua está contaminada! ¡No bebáis! ¡Está contaminada!
El poder y la gloria dejaron de formar parte de sus sueños. El éxito de los vencedores, la cólera de los más fuertes.
-¡El agua está contaminada!
Él pudo evitarlo. Era consciente de haber podido evitarlo. Lo que no entendía era cómo aguantó viéndoles beber, serio, con la mirada tensa y fija. Eran personas a las que quería.
Lentamente, fue introduciéndose en aquel agua, mirando su cuerpos, hermosos cuerpos de muerte. Los acariciaba tras el velo del psicópata, tras la bestialidad del asesino.
Comenzaba a comprender y, aunque sus ojos podían delatarle (en recónditos pensamientos), prefirió guardar silencio. La noche llegaba s su pensamiento y, con ella, la tormenta.
-¡El agua está contaminada!
No significaba nada para él. Han desaparecido las distancias. Le llevan los gritos y la agonía.
El camino de su vida, apenas marcado, se ha ensuciado de sangre sin derramar. Se escondía entre los árboles como un pasajero extraño, como un misterio, como un monstruo, como el desprecio.
-¡El agua está contaminada! – se grita en silencio el asesino, el criminal. Y ríe. Y llora. Y mal anda su sendero a lo oscuro de un ser humano derruido.
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